La comunicación con los hijos e hijas es uno de los pilares para crear vínculos sanos en la familia. Se tiene que trabajar desde edades tempranas para que, cuando lleguen la adolescencia, ya tengan un marco de confianza establecido, una costumbre de hablar con nosotros.
Una vez ahí ¿cómo tenemos que enfocar la comunicación con ellos?
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, durante la infancia, los niños son extremadamente vulnerables y perciben el mundo como algo desconocido y peligroso. Por ello, uno de los mecanismos de defensa instintivos que desarrollan es idolatrar a los padres, ponerlos en un pedestal. Cuando son pequeños somos sus referentes principales, ya que de nosotros depende su supervivencia. Si los niños tuvieran conciencia de que las personas que velan por su seguridad no son en absoluto los superhéroes que ellos creen, probablemente se morirían literalmente de miedo y la especie se extinguiría.
Sin embargo, partir de los 11/ 12 años este mecanismo biológico desaparece y, por decirlo de alguna manera, los padres y madres “caen del pedestal”. Esta evolución es también un mecanismo biológico, mediante el cual los niños, que ya no son tan dependientes ni vulnerables, empiezan una nueva etapa que se caracteriza por el ensayo y error. La adolescencia es el momento de experimentar, abrirse al mundo, ocupar un lugar más allá de la familia y prepararse para, en unos años, inaugurar la etapa adulta.
Es también en este momento cuando empieza a desarrollarse el juicio crítico, que es un rasgo incipiente de madurez. Por ese motivo los adolescentes comienzan a cuestionarse muchos aspectos de los padres y madres que, hasta entonces, asumían sin discusión. Tenemos que dar espacio a ese juicio crítico, e incorporar en la relación con los adolescentes el debate y la existencia de diferentes puntos de vista, aunque en algunos momentos nos pueda resultar incómodo o francamente irritante.
Es importante, como adultos, desarrollar la capacidad de observar qué nos sucede internamente cuando nuestros adolescentes nos cuestionan, nos confrontan o nos rebaten. ¿Lo vemos como una oportunidad de evolución y crecimiento junto a las personas que más queremos? ¿O emerge nuestra parte autoritaria que impone, se siente superior, siempre quiere tener la razón y teme que sus hijos lo dejen de respetar si pierde el control de la situación? ¿Quizás una combinación de ambas cosas?
No confundamos autoridad con autoritarismo. El respeto de un adolescente es algo que se tiene que ganar: no viene dado por la simple condición madre, padre, educador etcétera, como sucedía en la niñez. Se obtiene con escucha, empatía, comprensión y muchas dosis de paciencia y de amor.
Esta es la palabra mágica para los padres y madres ante la falta de comunicación con nuestros hijos/as adolescentes. ESCUCHA.
¿Escuchamos realmente a nuestros adolescentes, o nos relacionamos con ellos desde el discurso y la imposición? ¿Les hablamos más que escuchamos? Si queremos fomentar la comunicación con ellos es importante evitar tanto soltarles constantemente “charlas” inacabables que sólo consiguen hacerles poner los ojos en blanco, como someterles a interrogatorios para sacarles información, como si tuvieran la obligación de “confiar” en nosotros. Esto, en vez de potenciar el diálogo, hace que se cierren más aún y no quieran explicarnos nada.
Recuerda cuando tus amistades, tus familiares, la vecina del tercero, o algún compañero de trabajo te daban consejos que no habías pedido o te preguntaban de forma insistente para saber de tu vida, sin tener en cuenta tu privacidad, o si te apetecía compartir en ese momento o con esa persona. Quizás algunos todavía lo hagan. “¿Qué tal andas de novios/as?”, “¿cuándo os casáis?”, “¿cuándo tendréis hijos?” “¿no se os pasará el arroz?”, “cuánto dinero ganas?”, “¿por qué no te has cambiado aún el coche?”, “por qué te has peleado Fulano/a?” y mil otras preguntas bienintencionadas pero impertinentes. Seguro que ahora mismo sonríes, acordándote de que les respondías con evasivas y te aguantabas las ganas de mandarles al diablo.
A nadie le gusta ser interrogado y mucho menos a los adolescentes. La pregunta insistente e inquisitiva, lo único que hace es poner en alerta al receptor. Y un receptor en alerta es cero comunicativo.
Te voy a dar unas ideas para que las pruebes con tus adolescentes y, si quieres, compartas en los comentarios cómo te ha ido.
¿Qué tal si, cuando llegan a casa o los recoges en el coche, en vez de preguntarles comienzas por explicar cómo te ha ido a ti el día? Cuéntales una historia sobre ti: qué cosas te han gustado, que problemas has tenido, si ha habido una anécdota, algo interesante que has hecho o aprendido.
No hace falta que sea nada extraordinario: lo cotidiano y sencillo nos puede facilitar cosas interesantes: un café que has compartido con alguien, una conversación que te ha hecho reír, un problema que has resuelto o que te tiene preocupado, un despiste gracioso. Si eres tú quien abre el canal empezando a hablar de ti será más fácil que el adolescente, de vuelta, te cuente algo suyo.
Observa que es lo que les gusta y los temas que les interesan, para hablar de ellos. Tenemos que volvernos curiosos y abiertos con cosas que, en principio, caen fuera de nuestros gustos o que directamente desconocemos porque nunca nos han llamado la atención. Sorpréndeles con una mención a algo de su mundo que quizás no pensaban que te fuera a interesar. Y, sobre todo, seamos respetuosos y evitemos dar opiniones a la ligera ni emitir juicios: “menuda tontería”, “¿a esto le llamas música?”, “esto es una pérdida de tiempo”, “mejor te iría si te dedicaras a algo más útil” y similares.
Quizás no resulte fácil, pero es un ejercicio imprescindible para acercarnos a ellos. ¿Para qué van a tomarse la molestia de compartir nada suyo contigo si sienten que al hacerlo se exponen al rechazo, la crítica o la burla? Este hábito se puede trabajar poco a poco: cuando veas los resultados lo vas a agradecer. Y, posiblemente, por el camino, descubras cosas nuevas que te gustan y a las que no hubieras llegado por ti mismo/a, que serán terreno común con el adolescente.
Algo que les encanta a los adolescentes es que los tengamos en cuenta, sentir que sus opiniones son escuchadas y e importantes para nosotros. Empieza por pedirles consejo u opinión para algo que necesites, a título individual o familiar. Así ellos, a su vez, te tendrán en cuenta cuando necesiten ayuda o consejo.
En este punto volvemos a lo mismo de antes: evitemos el juicio o la crítica despectiva. Si no consideras acertada la opinión que te da, o lo que propone no es factible, no te limites a rechazarlo sin más. Valora con el adolescente los pros y los contras, y argumenta por qué lo que dice no encaja, agradeciéndole el intento. Lógicamente, en el caso que su propuesta sea factible se la agradeces y la llevas a cabo. Será una satisfacción para ambos.
Y aquí viene otra palabra mágica: AGRADECER. Incorpora siempre el agradecimiento a la comunicación con tus hijos e hijas. Esto vale tanto para niños como para adolescentes. Agradecerles las cosas no te resta autoridad, la refuerza. Agradéceles su ayuda. Agradéceles sus opiniones si son útiles, y su buena intención si son erróneas. Agradéceles que te hagan saber cuándo te equivocas, aunque te fastidie: ellos lo verán como fortaleza por tu parte.
Aceptar que somo humanos y que nos equivocamos es uno de los actos que los adolescentes más valoran en un adulto. Reconocer tus fallos con deportividad, naturalidad y sin miedo no te coloca en un lugar inferior a sus ojos. Todo lo contrario, eso te hace ganar respeto y admiración.
Si te interesan estas recomendaciones y quieres conocer más sobre la comunicación con los adolescentes, házmelo saber y seguiremos publicando artículos sobre este tema.