Autor: silvia

Crisis y autoconfianza | Silvia Mota | Terapia Gestalt

Crisis y autoconfianza

Qué importante es cuando una mujer tiene que atravesar cualquier crisis trabajar la confianza en una misma, en este momento de tanta vulnerabilidad.

Las crisis implican afrontar cambios de todo tipo. Muchas personas tienen que emprender incluso cambios a nivel profesional, sea porque necesitan mayores ingresos, o para la conciliación familiar, como fue mi caso.

En este punto os quiero compartir un fenómeno que padecemos bastantes mujeres y que se conoce como “síndrome de la impostora”. Consiste en decirse a una misma “no valgo suficiente” y creer que el lugar que se ocupa no es merecido. De alguna manera creemos que estamos engañando al mundo presentándonos como alguien mucho mejor de lo que realmente somos.

El síndrome de la impostora es uno de los mayores obstáculos que enfrenta una mujer para avanzar y desplegar su potencial. Es una creencia que debe ser revisada ya que, si siento que no valgo lo suficiente, no me atreveré a dar determinados pasos en mi vida personal o profesional, que son muy necesarios para superarme y crecer a lo largo de la separación o cualquier crisis.

La falta de confianza en una misma y el sentirnos ilegítimas para el éxito (signifique lo que signifique el éxito para cada una) nos genera miedo al juicio o a la crítica. Este temor nos puede llevar a retrasar y dejar las cosas para más adelante o, al revés, a sobrecargarnos de trabajo caer en un perfeccionismo extremo. Todo ello nos conduce a la frustración, al agotamiento y a una reducción del bienestar y la calidad de vida.

Dentro de un proceso de crisis, a la hora de tomar decisiones, el síndrome de la impostora nos puede hacer dudar continuamente de nosotras y de los pasos que debemos dar para brillar y ocupar nuestro espacio.

Otra de las trampas que nos tiende el síndrome de la impostora es hacernos creer que somos las únicas culpables de cualquier cosa que percibamos como un fracaso.

Me encuentro en la consulta a mujeres que, por el sólo hecho de plantearse o estar llevando a cabo criris de separación, sienten que han fracasado como mujeres y como madres.

Se sienten culpables de la ruptura o, si todavía no se han separado, se paralizan y no se atreven a dar determinados pasos que, en realidad, son por el bienestar de toda la familia. El miedo a los juicios y a las críticas de familiares, amigos o conocidos con respecto a la separación es puede ser insoportable si una mujer no se siente segura de ella misma.

Lo primero que hay que hacer para superar el síndrome de la impostora es nombrarlo y hablar de ello: no estás sola ante esta angustia y dolor. Al contrario, somo muchas las que lo padecemos o lo hemos padecido. Sentirnos acompañadas y nombrarlo es empezar a sanar a la impostora.

¿ Te sientes identificada?

Primera etapa. Pre-ruptura.

Antes de una separación siempre hay un periodo en que la relación se va deteriorando progresivamente. Los motivos pueden ser muchos y el proceso más o menos lento, pero el denominador común es la insatisfacción con la vida de pareja, que va evolucionando hasta cuestionar la viabilidad de la relación.

En este periodo es posible que ambos miembros lleven a cabo esfuerzos para reconducir el proceso y evitar la ruptura. Si tienen éxito la cosa quedará en una crisis de pareja que, si se cierra correctamente, puede incluso fortalecer el vínculo. Sin embargo, si el esfuerzo lo realiza uno sólo/a es muy difícil revertir la situación.

No es extraño atravesar una fase de negación, en que la primera parte del duelo se vive dentro de la relación, y en que los esfuerzos de una parte por salvarla quizás escondan una dificultad para aceptar la realidad. También puede suceder a la inversa, cuando quien no tiene claro si continuar con el vínculo es el otro/a miembro de la pareja, lo cual genera angustia e incertidumbre ante el futuro. En estos momentos son habituales las dudas sobre qué decisión tomar y las emociones encontradas sobre si separarse o no.

Si la toma de decisiones se posterga de forma indefinida, puede generar consecuencias de todo tipo: emocionales, físicas y psicológicas. Cuanto más se dilata el periodo de incertidumbre, en el que no vamos “ni para adelante ni para atrás”, más protagonismo cobran la ansiedad, el estrés, las dudas y los miedos. La convivencia acabará degradándose y los enfados, la tristeza y la culpabilidad serán habituales.

Uno de los motivos que pueden frenar la toma de la decisión es la creencia limitante de que separarse supone un fracaso. En ese caso puede más el compromiso adquirido que preguntarse si la persona es realmente feliz en él, y si quiere seguir relacionándose de esa manera.

En estos momentos es necesario afrontar la situación con una mirada terapéutica. De lo contrario, en caso de que la relación tenga aún futuro, cabe la posibilidad de llegar tarde y que el desgaste acumulado haga imposible ya evitar la ruptura. Y, si la relación realmente ya no es viable, se corre el riesgo de perpetuar inútilmente la agonía, y anclarse en un vínculo que sólo genera sufrimiento e impide avanzar hacia una vida mejor.

El acompañamiento terapéutico es clave para discernir tus diferentes alternativas de acción y posibilidades de relacionar, a fin de salir del bucle en el que te encuentras. Mediante el trabajo terapéutico te ayudaré a reflexionar conscientemente sobre la decisión que debes tomar, y a gestionar las diferentes emociones (rabia, tristeza, miedo, culpa, vergüenza) que te acometen en este periodo. También te proporcionaré recursos para detener la cadena de pensamientos circulares y rumiantes que desgastan profundamente e impiden razonar con claridad.

Los hijos acostumbran a vivir esta etapa con malestar, angustia e incertidumbre. Incluso si los padres intentan protegerlos y esconder la crisis, los niños son muy intuitivos y perciben que algo no anda bien, aunque no tengan una conciencia clara de lo que sucede, no lo entiendan, o no sepan expresarlo. En ese caso pueden aflorar sentimientos de enfado y tristeza, y rabietas en los más pequeños. Y se pueden generar traumas que afloren más tarde, en la adolescencia y que comprometan el vínculo familiar.

Por este motivo es fundamental que, si atraviesas esta fase, cuentes con recursos y orientación para manejar la relación con tus hijos, entendiendo cómo viven la crisis a fin de dar respuesta a sus necesidades y temores, evitando así que se deteriore la relación con ellos. Estoy formada profesionalmente en acompañamiento terapéutico a niños y adolescentes, por lo que complementaré el trabajo que hagamos contigo proporcionándote las herramientas para gestionar eficazmente esta etapa con tus hijos y, en caso necesario, trabajaré directamente con ellos en este proceso.



Separación de pareja | Silvia Mota | Terapia Gestalt

¿Conoces las etapas de la separación?

Cuando hablamos de la separación, podríamos pensar que el término se refiere simplemente al momento en que una pareja realiza los trámites legales para el divorcio (en caso de estar casada) y concreta su separación física, dejando de convivir bajo un mismo techo y reduciendo al mínimo, o suprimiendo, el contacto personal.

Sin embargo, esta no es más que la etapa más corta, si bien la más visible, de un proceso mucho más dilatado en el tiempo, y que reviste una gran complejidad. La separación no es un mero trámite más o menos doloroso: es una evolución en varias fases que se extienden antes y después de la ruptura misma. Cada una de esas etapas tiene su propia dinámica y sus características diferenciadas, y supone un impacto y unos retos distintos para la persona que las atraviesa.

Primera etapa. Pre-ruptura. Antes de una separación siempre hay un periodo en que la relación se va deteriorando progresivamente.

Segunda etapa. La separación. Este es el momento en que finalmente tiene lugar la separación propiamente dicha.

Tercera etapa. La reconstrucción Yo llamo a esta etapa la de “no saber dónde estás parada”. Pueden haber pasado años desde que se terminó la antigua relación.

En las próximas entradas, voy a detallar etapa por etapa el proceso de separación.

Comunicación padre-hijo | Silvia Mota | Terapia Gestalt

¿Cómo debemos enfocar la comunicación con nuestros hijos?


La comunicación con los hijos e hijas es uno de los pilares para crear vínculos sanos en la familia. Se tiene que trabajar desde edades tempranas para que, cuando lleguen la adolescencia, ya tengan un marco de confianza establecido, una costumbre de hablar con nosotros.

Una vez ahí ¿cómo tenemos que enfocar la comunicación con ellos? 

Lo primero que hay que tener en cuenta es que, durante la infancia, los niños son extremadamente vulnerables y perciben el mundo como algo desconocido y peligroso. Por ello, uno de los mecanismos de defensa instintivos que desarrollan es idolatrar a los padres, ponerlos en un pedestal. Cuando son pequeños somos sus referentes principales, ya que de nosotros depende su supervivencia. Si los niños tuvieran conciencia de que las personas que velan por su seguridad no son en absoluto los superhéroes que ellos creen, probablemente se morirían literalmente de miedo y la especie se extinguiría.

Sin embargo, partir de los 11/ 12 años este mecanismo biológico desaparece y, por decirlo de alguna manera, los padres y madres “caen del pedestal”. Esta evolución es también un mecanismo biológico, mediante el cual los niños, que ya no son tan dependientes ni vulnerables, empiezan una nueva etapa que se caracteriza por el ensayo y error. La adolescencia es el momento de experimentar, abrirse al mundo, ocupar un lugar más allá de la familia y prepararse para, en unos años, inaugurar la etapa adulta.

Es también en este momento cuando empieza a desarrollarse el juicio crítico, que es un rasgo incipiente de madurez. Por ese motivo los adolescentes comienzan a cuestionarse muchos aspectos de los padres y madres que, hasta entonces, asumían sin discusión. Tenemos que dar espacio a ese juicio crítico, e incorporar en la relación con los adolescentes el debate y la existencia de diferentes puntos de vista, aunque en algunos momentos nos pueda resultar incómodo o francamente irritante.

Es importante, como adultos, desarrollar la capacidad de observar qué nos sucede internamente cuando nuestros adolescentes nos cuestionan, nos confrontan o nos rebaten. ¿Lo vemos como una oportunidad de evolución y crecimiento junto a las personas que más queremos? ¿O emerge nuestra parte autoritaria que impone, se siente superior, siempre quiere tener la razón y teme que sus hijos lo dejen de respetar si pierde el control de la situación? ¿Quizás una combinación de ambas cosas?

No confundamos autoridad con autoritarismo. El respeto de un adolescente es algo que se tiene que ganar: no viene dado por la simple condición madre, padre, educador etcétera, como sucedía en la niñez. Se obtiene con escucha, empatía, comprensión y muchas dosis de paciencia y de amor.

Esta es la palabra mágica para los padres y madres ante la falta de comunicación con nuestros hijos/as adolescentes. ESCUCHA.

¿Escuchamos realmente a nuestros adolescentes, o nos relacionamos con ellos desde el discurso y la imposición? ¿Les hablamos más que escuchamos? Si queremos fomentar la comunicación con ellos es importante evitar tanto soltarles constantemente “charlas” inacabables que sólo consiguen hacerles poner los ojos en blanco, como someterles a interrogatorios para sacarles información, como si tuvieran la obligación de “confiar” en nosotros. Esto, en vez de potenciar el diálogo, hace que se cierren más aún y no quieran explicarnos nada.

Recuerda cuando tus amistades, tus familiares, la vecina del tercero, o algún compañero de trabajo te daban consejos que no habías pedido o te preguntaban de forma insistente para saber de tu vida, sin tener en cuenta tu privacidad, o si te apetecía compartir en ese momento o con esa persona. Quizás algunos todavía lo hagan. “¿Qué tal andas de novios/as?”, “¿cuándo os casáis?”, “¿cuándo tendréis hijos?” “¿no se os pasará el arroz?”, “cuánto dinero ganas?”, “¿por qué no te has cambiado aún el coche?”, “por qué te has peleado Fulano/a?” y mil otras preguntas bienintencionadas pero impertinentes. Seguro que ahora mismo sonríes, acordándote de que les respondías con evasivas y te aguantabas las ganas de mandarles al diablo.

A nadie le gusta ser interrogado y mucho menos a los adolescentes. La pregunta insistente e inquisitiva, lo único que hace es poner en alerta al receptor. Y un receptor en alerta es cero comunicativo.

Te voy a dar unas ideas para que las pruebes con tus adolescentes y, si quieres, compartas en los comentarios cómo te ha ido.

¿Qué tal si, cuando llegan a casa o los recoges en el coche, en vez de preguntarles comienzas por explicar cómo te ha ido a ti el día? Cuéntales una historia sobre ti: qué cosas te han gustado, que problemas has tenido, si ha habido una anécdota, algo interesante que has hecho o aprendido.

No hace falta que sea nada extraordinario: lo cotidiano y sencillo nos puede facilitar cosas interesantes: un café que has compartido con alguien, una conversación que te ha hecho reír, un problema que has resuelto o que te tiene preocupado, un despiste gracioso. Si eres tú quien abre el canal empezando a hablar de ti será más fácil que el adolescente, de vuelta, te cuente algo suyo.

Observa que es lo que les gusta y los temas que les interesan, para hablar de ellos. Tenemos que volvernos curiosos y abiertos con cosas que, en principio, caen fuera de nuestros gustos o que directamente desconocemos porque nunca nos han llamado la atención. Sorpréndeles con una mención a algo de su mundo que quizás no pensaban que te fuera a interesar. Y, sobre todo, seamos respetuosos y evitemos dar opiniones a la ligera ni emitir juicios: “menuda tontería”, “¿a esto le llamas música?”, “esto es una pérdida de tiempo”, “mejor te iría si te dedicaras a algo más útil” y similares.

Quizás no resulte fácil, pero es un ejercicio imprescindible para acercarnos a ellos. ¿Para qué van a tomarse la molestia de compartir nada suyo contigo si sienten que al hacerlo se exponen al rechazo, la crítica o la burla? Este hábito se puede trabajar poco a poco: cuando veas los resultados lo vas a agradecer. Y, posiblemente, por el camino, descubras cosas nuevas que te gustan y a las que no hubieras llegado por ti mismo/a, que serán terreno común con el adolescente.

Algo que les encanta a los adolescentes es que los tengamos en cuenta, sentir que sus opiniones son escuchadas y e importantes para nosotros. Empieza por pedirles consejo u opinión para algo que necesites, a título individual o familiar. Así ellos, a su vez, te tendrán en cuenta cuando necesiten ayuda o consejo.

En este punto volvemos a lo mismo de antes: evitemos el juicio o la crítica despectiva. Si no consideras acertada la opinión que te da, o lo que propone no es factible, no te limites a rechazarlo sin más. Valora con el adolescente los pros y los contras, y argumenta por qué lo que dice no encaja, agradeciéndole el intento. Lógicamente, en el caso que su propuesta sea factible se la agradeces y la llevas a cabo. Será una satisfacción para ambos.

Y aquí viene otra palabra mágica: AGRADECER. Incorpora siempre el agradecimiento a la comunicación con tus hijos e hijas. Esto vale tanto para niños como para adolescentes. Agradecerles las cosas no te resta autoridad, la refuerza. Agradéceles su ayuda. Agradéceles sus opiniones si son útiles, y su buena intención si son erróneas. Agradéceles que te hagan saber cuándo te equivocas, aunque te fastidie: ellos lo verán como fortaleza por tu parte.

Aceptar que somo humanos y que nos equivocamos es uno de los actos que los adolescentes más valoran en un adulto. Reconocer tus fallos con deportividad, naturalidad y sin miedo no te coloca en un lugar inferior a sus ojos. Todo lo contrario, eso te hace ganar respeto y admiración.

Si te interesan estas recomendaciones y quieres conocer más sobre la comunicación con los adolescentes, házmelo saber y seguiremos publicando artículos sobre este tema.

El momento adecuado para hacer las cosas | Silvia Mota | Terapeuta Gestalt

¿Cuál es el momento adecuado para hacer las cosas?

Pensar cual es el “momento adecuado” para hacer las cosas genera angustia, estresa y no te saca del bloqueo.

Cuando preparaba este contenido, estuve pensando en qué momento de mi vida la pregunta “¿cuál es el momento adecuado para hacer las cosas?” estuvo más presente. Y llegué con la memoria al verano en que todo se desmoronaba ante mis ojos: el verano en que tomé la decisión de separarme.

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