Antes de una separación siempre hay un periodo en que la relación se va deteriorando progresivamente. Los motivos pueden ser muchos y el proceso más o menos lento, pero el denominador común es la insatisfacción con la vida de pareja, que va evolucionando hasta cuestionar la viabilidad de la relación.
En este periodo es posible que ambos miembros lleven a cabo esfuerzos para reconducir el proceso y evitar la ruptura. Si tienen éxito la cosa quedará en una crisis de pareja que, si se cierra correctamente, puede incluso fortalecer el vínculo. Sin embargo, si el esfuerzo lo realiza uno sólo/a es muy difícil revertir la situación.
No es extraño atravesar una fase de negación, en que la primera parte del duelo se vive dentro de la relación, y en que los esfuerzos de una parte por salvarla quizás escondan una dificultad para aceptar la realidad. También puede suceder a la inversa, cuando quien no tiene claro si continuar con el vínculo es el otro/a miembro de la pareja, lo cual genera angustia e incertidumbre ante el futuro. En estos momentos son habituales las dudas sobre qué decisión tomar y las emociones encontradas sobre si separarse o no.
Si la toma de decisiones se posterga de forma indefinida, puede generar consecuencias de todo tipo: emocionales, físicas y psicológicas. Cuanto más se dilata el periodo de incertidumbre, en el que no vamos “ni para adelante ni para atrás”, más protagonismo cobran la ansiedad, el estrés, las dudas y los miedos. La convivencia acabará degradándose y los enfados, la tristeza y la culpabilidad serán habituales.
Uno de los motivos que pueden frenar la toma de la decisión es la creencia limitante de que separarse supone un fracaso. En ese caso puede más el compromiso adquirido que preguntarse si la persona es realmente feliz en él, y si quiere seguir relacionándose de esa manera.
En estos momentos es necesario afrontar la situación con una mirada terapéutica. De lo contrario, en caso de que la relación tenga aún futuro, cabe la posibilidad de llegar tarde y que el desgaste acumulado haga imposible ya evitar la ruptura. Y, si la relación realmente ya no es viable, se corre el riesgo de perpetuar inútilmente la agonía, y anclarse en un vínculo que sólo genera sufrimiento e impide avanzar hacia una vida mejor.
El acompañamiento terapéutico es clave para discernir tus diferentes alternativas de acción y posibilidades de relacionar, a fin de salir del bucle en el que te encuentras. Mediante el trabajo terapéutico te ayudaré a reflexionar conscientemente sobre la decisión que debes tomar, y a gestionar las diferentes emociones (rabia, tristeza, miedo, culpa, vergüenza) que te acometen en este periodo. También te proporcionaré recursos para detener la cadena de pensamientos circulares y rumiantes que desgastan profundamente e impiden razonar con claridad.
Los hijos acostumbran a vivir esta etapa con malestar, angustia e incertidumbre. Incluso si los padres intentan protegerlos y esconder la crisis, los niños son muy intuitivos y perciben que algo no anda bien, aunque no tengan una conciencia clara de lo que sucede, no lo entiendan, o no sepan expresarlo. En ese caso pueden aflorar sentimientos de enfado y tristeza, y rabietas en los más pequeños. Y se pueden generar traumas que afloren más tarde, en la adolescencia y que comprometan el vínculo familiar.
Por este motivo es fundamental que, si atraviesas esta fase, cuentes con recursos y orientación para manejar la relación con tus hijos, entendiendo cómo viven la crisis a fin de dar respuesta a sus necesidades y temores, evitando así que se deteriore la relación con ellos. Estoy formada profesionalmente en acompañamiento terapéutico a niños y adolescentes, por lo que complementaré el trabajo que hagamos contigo proporcionándote las herramientas para gestionar eficazmente esta etapa con tus hijos y, en caso necesario, trabajaré directamente con ellos en este proceso.